Creación, dirección e iluminación: Daniel Abreu
Intérpretes: Diego Pazo y Daniel Abreu
Colaboración en iluminación y edición de video: Alfredo Díez
Asistencia de producción: Emiliana Battista Marino
Fotografía: Miguel Barreto
Management y distribución: Elena Santonja
Producido con las Ayudas a la Creación Coreográfica de la Comunidad de Madrid.
Colabora: Teatro Victoria, Mutis Espazioa, Carmen Werner-Provisional Danza y Centro Coreográfico Canal




Esta obra es el fruto de una larga reflexión sobre el desarraigo. El valor que tiene el sentido de pertenencia, no sólo ante los otros, sino ante un territorio. El contacto de los pies con tierras que soportan cuerpos e ideas. Al fin y al cabo, una parcela, un sentirse parte.

Pero todo esto se confronta con un tiempo en el que es mejor la conquista efímera. Se da más importancia a la experiencia, a esos paisajes que visitar y manchar con el desenfocado vacío que nos viste. Ser turistas de profesión e ir conquistando lugares en visuales que acabarán perdidos Dios sabe dónde.

Ser los viajeros que al partir esconden los ojos, los pies y la espalda. Los que cargan con los aniversarios, los ruidos, el sabor del agua, planisferios, cajas de música e ideales que imponer en cualquier esquina que tenga más luz que la propia existencia.

Subrayar el derecho de pertenecer a todos los sitios al mismo tiempo, al “yo estuve allí y me llevé esto”… desmantelar como rito y alimento, y solo volver al puerto de partida para desahogarse con cualquier nadie y después, rehacer la maleta.

A medida que aumenta la tecnología de la imagen, más desenfocadas están nuestros contornos. Y es que sin un hogar todo está fragmentado, no hay lazo ni arpón que 

sujete, sólo hay ganglios de madera viva, sin nexos, sin palabras… es granito y polvo. “Vivir en muchos lugares y morir en todas partes”, he aquí el nuevo mantra de la existencia.

Y es que hay cosas que es mejor contar con metáforas: cuerpos que se fragmentan, escurridizas mesas como hogar, ramas como armas que sostienen y dan sombra, atmósferas distorsionadas y la velocidad, tan cambiante como predecible.

En este trabajo la danza y la palabra se dan la mano para hablar de lo que por ahora atropella nuestros inestables pies.

Y al final del viaje, me reconocerás por el cansancio y la inclinación de la cabeza, como una manzana en la rama de un árbol. No cambiará mi nombre pero pasaré ante tus ojos con más resolución en fotos que en mis células

Este trabajo podría ser una oración danzada al lugar que a cada uno le corresponde, a ese lugar donde todos tenemos derecho a tumbarnos, vivos o muertos, y que nadie deshonre.

¿Será la palabra, el movimiento y la luz quien traiga un poco de paz a este ruido?